BALAK 5768 Bemidvar - Números 22:2-5:9
12 de julio, 2008 – 9 de Tamuz, 5768
Por el Rabino Joshua Kullock Comunidad Hebrea de Guadalajara
Algunos personajes bíblicos son simplemente memorables. Aun cuando no necesariamente la Torá nos regale más que algunos capítulos con sus historias, estos hombres y mujeres logran trascender el texto que los origina para calar hondo en la memoria colectiva. Nóaj, por poner un ejemplo, no aparece más que en un par de capítulos del comienzo del Génesis, pero ¿qué niño no ha escuchado con ansia los relatos del diluvio, el arca y la paloma con la hoja de olivo en su pico?
Bilam, aquel hombre contratado por el Rey Balak, es uno de estos personajes memorables (aun cuando seguramente no sea tan conocido como Nóaj). Es memorable porque, por un lado, se eleva como primer testimonio de la universalidad de la profecía, no solo circunscrita al ámbito de lo judío, pero por el otro, Bilam es aquel hombre que, incluso cuando se jacta de platicar en todo momento con Ds, no es capaz de comunicarse con su propio burro, ni tampoco logra demasiados éxitos en su relación dialógica con el mismo Balak.
Más aún, el texto se construye de tal manera que uno puede encontrar subyacente una suerte de ironía profunda respecto de lo que significa ser un profeta, y de cómo era entendida la profecía tanto en tiempos bíblicos como a partir de la mirada rabínica posterior. Es decir, ¿qué clase de profeta es aquel que – parafraseando al Midrash Tanjuma (Parashat Balak, 1) – en lugar de invitar a las personas para que se arrepientan y hagan Teshuvá, se dedica a intentar maldecir a todo un pueblo? ¿Qué tipo de responsabilidad social tiene un profeta que percibe un sueldo y es contratado para un fin específico que nada tiene de noble?
PARA CONTINUAR LA LECTURA CLICA AQUI