El niño que huyó de Polonia
Por Pilar Rahola
Warum?', se preguntó el venerable rabino, asiendo el brazo del joven SS, que iba a matar a un niño. El chico hacía contrabando, en el gueto de Varsovia, y el soldado lo había descubierto. Años más tarde, el padre de Marek Halter explicó esta anécdota a Primo Levi, quien la narró en su extraordinario libro 'Si esto es un hombre'. La respuesta que el soldado dió al rabino, marca a fuego la memoria de Europa, y define la esencia de la maldad: 'Hier ist kein warum' (aquí no hay ningún porqué). Es decir, el mal no necesita respuestas, pero, sobre todo, no necesita ninguna pregunta. No había un porqué, y huérfanos del porqué, mataron a millones de personas. Si Hannah Arendt descubrió, en el proceso contra Eichmann, que el mal era banal, años antes un rabino había descubierto que ni tan sólo tenía un motivo. Y la ausencia de motivo era la raíz más profunda del horror.
Esta semana se han celebrado múltiples actos en recuerdo de las víctimas del holocausto. Después de décadas de olvido, la ONU instauró un día para el recuerdo, el 27 de enero, y desde entonces se rinde tributo a los dos tercios de la población judía europea, desaparecidos en la shoah. Familias completas, niños, adultos y ancianos, pueblos enteros con sus historias de siglos, sus médicos, sus maestros de escuela, sus panaderos, sus músicos, todos convertidos en humo. La historia de la humanidad está llena de genocidios, y, como dice la Torá, el mal (llamado allí Amelek), cambia de cara, pero el holocausto es el primer intento industrial de exterminio masivo, y casi consigue llegar a su objetivo.
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