LA TORRE DE LAS HORAS Pilar Rahola

Archipiélago Georgia

Rusia sabe que la ONU no existe, que Europa navega en el mar de la indecisión, aún náufraga del siglo XX
Pilar Rahola

La muerte de Alexander Solzenitsin me llegó mal, como llegan las noticias en vacaciones, con ese aire de antipáticas intrusas. El hombre que denunció las atrocidades del estalinismo, desde el profundo agujero de su propio archipiélago gulag, moría con los honores de ruso ilustre que había recuperado pocos años antes, después de haber sufrido décadas de persecución y exilio. Lúcido hasta el final, su nuevo estatus en Rusia no le impidió ejercer una posición crítica con la situación de su país. Escribió, poco antes de morir: "He pasado de un mundo donde no se puede decir nada, a un mundo donde se puede decir todo, y no sirve para nada". Auténtico héroe de la libertad, voz y grito de los más de 50 millones de rusos que poblaron los temibles campos de prisioneros soviéticos, Solzenitsin sufrió en propia carne la indiferencia de la Europa libre, y la calumnia de sus intelectuales progresistas. Siempre recordaré el insulto que me profirió un militante del PSUC cuando me pilló leyendo Un día en la vida de Iván Denísovich:"¿Cómo lees a este fascista?".
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De las muchas miserias que acarrea la intelectualidad de izquierdas, Solzenitsin concilió en propia carne algunas de las más ignominiosas, despreciado en su sufrimiento, criminalizado hasta el delirio, estigmatizado por el simple hecho de ser una víctima equivocada, en un régimen cuyas atrocidades no eran reconocidas. El sambenito de agente de la CIA lo acarreó de por vida, víctima propiciatoria del maniqueísmo que, desgraciadamente, anuló el pensamiento autocrítico de la izquierda europea, durante décadas. De hecho, aún hoy, algunos guardianes del dogma progresista le niegan el pan, como siempre se lo han negado a los disidentes de la dictadura castrista. ¿No es un caso parecido el del poeta y preso político cubano Raúl Rivero?

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