DE PROSTITUTAS, EXTRANJEROS Y ANARQUISTAS:
Autora Ileana Valeria Stofenmacher
UNA LECTURA DE “EL INFIERNO PROMETIDO”
La figura de la abyección se funda en el movimiento de exclusión de un otro amenazante, frente a cierto orden de la vida que suele presentarse como límpido y permanente. Y en ese turbio instante, la estabilidad de las cosas es invadida por un remolino de caos, que fragiliza todo lo que es. Pero si el sistema identifica la amenaza, procede impetuoso a agudizar sus mecanismos de control y expulsa agobiado, por un asco fundante, aquello que presiente peligroso para su existencia.
El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal, novela histórica escrita por Elsa Drucaroff (1), invita a ensayar su lectura en la clave de lo abyecto y lo monstruoso. Acaso porque es una narración organizada alrededor del eje de lo diferente, en tanto elemento disruptivo que según las circunstancias es silenciado, abyectado y/ o encerrado. El argumento es así: en Kazrilev, una pequeña aldea de la antisemita Polonia de fines de la década del ‘20, Dina -una adolescente judía- es violada sexualmente por un compañero de escuela polaco y católico. En el contexto de una sociedad en la cual los judíos eran considerados semillas del mal, y las mujeres pensadas en la dualidad de madres o prostitutas, el ultraje convierte a Dina en el rostro del pecado que se debe abyectar. Su condena empieza, tácitamente, desde el instante en el cual se atreve a desear un futuro forjado a partir de sus estudios, y no sustentado en un matrimonio de conveniencia. Su padre –herrero de profesión- promueve su deseo de libertad al enviarla con gran esfuerzo al gimnasio a estudiar. “Dios quiso que la mayor fuera mujer y tuviera cabeza?, ¡Por qué casarla tan pronto, entonces?”, intenta convencer a su esposa” (2). Pero ella anuncia la futura desgracia al decirle que, una mujer no debe estudiar sino casarse “bien” y que de otro modo terminaría “perdiéndose” (prostituyéndose), en esa ciudad de América Latina llamada Buenos Aires. Urbe imaginada desde niña por Dina a partir de los comentarios de los adultos, como un lugar horrible, inmenso y lejano; donde “perderse” sería estar sola entre hombres desconocidos, indefensa y maldecida por Dios.
Para la “gran patria polaca poblada por sanos, católicos y heroicos ciudadanos”, Dina es la presentificación de la extranjeridad como inmundicia a combatir: “esos intrusos aviesos, calculadores, asesinos de cristo y chupasangres”, explicita el texto de Drucaroff. Su propia comunidad la señala como mujer impura, que debe extirparse para evitar el derramamiento de su indeleble mancha en el seno de su familia. Y en esa operación de distanciamiento, se pretende dotarla de la única opción posible de obtener una vida supuestamente digna. Así, el azar interviene y la joven es entregada en casamiento a un desconocido extranjero residente en Argentina, que pese a su mácula, la acepta en matrimonio bajo la consigna de llevarla a Buenos Aires para que cuide de su hogar. Esa multidimensional “tierra prometida”: ciudad del pecado donde prolifera el comercio sexual, pero también ciudad de la tolerancia religiosa, donde los judíos pueden rezar en sus sinagogas; y fundamentalmente, ciudad de la prosperidad, donde la existencia de lujos tales como el gas, el agua corriente y la electricidad se combinan alegremente con el ansiado fin del hambre padecido en la aldea.
Entonces, el Sr. Grosfeld -forastero de tenso y fino bigotito a la moda- será su esposo según la ley judía y, su cafisho, bajo la ley que regulaba la actividad prostibularia en la opulenta Buenos Aires de la época. La legislación religiosa y la del Estado la convierten en esclava de su infortunio, tanto bajo la forma de la espiritualidad institucionalizada como de la regulación gubernamental de la comercialización de los cuerpos sexuados. Pese a las previsibles consecuencias, el objetivo del ritual matrimonial religioso era operar como experiencia purificadora del tabú transgredido, intentando limpiar a la sociedad del peligro del pecado. Dina aparece bajo la forma de lo que René Girard denomina víctima propiciatoria, en tanto canaliza en ella corrientes de violencia subterránea que de otro modo harían estallar a la sociedad. Y a lo largo de la historia adquiere esa función bajo posiciones que la muestran: extranjera en su propia tierra en tanto judía, expulsada de su propia comunidad por miedo al contagio de la impureza, exilada de la tierra que la vio nacer, confinada al encierro y esclavizada al trabajo sexual justificado bajo la forma de la expiación del pecado. Perdida su virginidad, Dina se convierte en apenas un cuerpo disciplinado, fuerza de trabajo y a la vez mercancía del mercado legalizado de compra-venta de favores sexuales.
En ese tiempo, los prostíbulos de Buenos Aires eran lugares legalmente habilitados y cínicamente justificados por los políticos poderosos, en tanto fuente de recaudación monetaria de la urbe y clandestino circuito de distribución de coimas y armado de negociados entre el Consejo Deliberante Nacional, funcionarios de Polonia y cafishos de la Asociación Mutual Varsovia. La corrupción de las cosas, en este caso del accionar político y cívico, es uno de los rostros más conocidos de lo abyecto, sostiene Julia Kristeva. Lejos de asumir una ley, la corrompe, la desvía y la descamina siendo éste el modo de accionar de los actores antes mencionados. En el caso de la mutual, funcionaba como infecto toldo encubridor de la trata de jovencitas judías extirpadas de la dolorosa pobreza y racismo de sus pueblos europeos, para luego ser insertadas en el centro mismo de la cloaca nacional.
El personaje del juez de la nación y militante de la Liga patriótica, Leandro Tolosa –símbolo en la novela de lo más abyecto de la dirigencia nacional y sádico cliente de Dina- se adjudica la misión de defender a la patria del pecado y el crimen -principalmente del enemigo anarquista- mientras que según su criterio la misión de la Varsovia sería gestionar la cloaca social constituida por las prostitutas extranjeras, nefastas pero necesarias, dice. Ley y disciplina contra el elemento perturbador, aquello que es considerado como monstruoso en tanto fragiliza el orden instituido: el par anarquismo/prostitución. “Toda casa necesita retrete y el retrete recibe la inmundicia sin protestar, su misión es innoble pero indispensable. Y el retrete no huye ni disimula que es un retrete. Pues bien, en nuestra ciudad de Buenos Aires, donde el alud de extranjeros ha traído tantos más hombres que mujeres, los retretes son más necesarios que nunca. Entonces, el Estado los regula” (3).
Dos clientes tuercen el destino de Dina: el periodista del diario Crítica, El loco Godofredo y el adolescente Vittorio, inmigrante italiano, trabajador linotipista del mismo diario y de fuertes convicciones anarquistas que se convertirá en su pareja. Ambos la ayudan a escapar de su encierro esclavo. En la narración se introduce un nuevo modo de pensar la figura de Dina. En lugar de concebirla como encarnación del pecado y del mal: lo impuro que debe abyectarse; la re-ubican simbólicamente en el rol de víctima del perverso sistema capitalista, que obtiene plusvalor a partir del comercio canalla de su cuerpo. Pero ella escapa a la clasificación de “trabajadora del sexo” porque está presa en una cárcel/burdel, viviendo en un exilio permanente y atemporal del mundo que la rodea. Es esclava dado que se halla privada de su libertad y es trabajadora en tanto que coloca su fuerza de trabajo en el mercado específico de los intercambios sexuales y recibe una ganancia. De todos modos, más que fuerza de trabajo, su cuerpo de mujer joven es una mercancía gracias a la cual su cafisho extrae el máximo plusvalor posible. El encierro microscópico y sistemáticamente organizado es condición fundante de su explotación. Emulando al modo de producción fabril, Dina está anclada en un cronograma rutinizado de la vida para atender la mayor cantidad de hombres posibles y así incrementar la ganancia de su dueño. Ella es una esclava y debe ser liberada de su cárcel, sostienen los jóvenes revolucionarios Vittorio y Godofredo. “Liberar a una esclava es acción directa, no sólo contra los capitalistas de la Varsovia, es acción revolucionaria contra el poder” (4). Así, planeado el escape, se sucede un peligroso viaje hacia la obtención de la libertad de Dina. Viaje que había comenzado en su pobre aldea en Polonia cuando todavía era una adolescente ilusionada por descubrir el esplendor de la vida y desconocía el giro dramático que sufriría su joven existencia. Meses atrás, en su Kazrilev natal, henchida de curiosidad vital se preguntaba mientras observaba unos mustios pimpollos muertos, si ella también moriría como esas flores que no llegaron a florecer desperdiciando la Oportunidad por la que Dios los creó. “¿Terminaré igual que ellas, soltera, mi cuerpo intacto, a espaldas de la vida?” (5).
Drucaroff, Elsa, El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal, Sudamericana, Buenos Aires, 2005.