PICANTES EN MONTERREY Marcos Aguinis


Picantes en Monterrey
Por Marcos Aguinis

Mi discusión pública con Tariq Ali, célebre intelectual paquistaní-británico, producía expectativa entre los organizadores y el numeroso público que se dio cita en el Museo de Arte Contemporáneo de esta rica y febril ciudad norteña. Cerrábamos el ciclo de debates programado para este año por dos sólidas revistas internacionales: Foreign Policy (Estados Unidos) y Letras Libres (México y España). Los debates se transmitían en vivo a universidades y otras audiencias, luego serán publicados en un libro pero, antes, saldrán porciones de los párrafos más jugosos en ambas revistas.

Tariq Ali nació en Lahore y tuvo que huir a Gran Bretaña por la dictadura que oprimía su país. En Oxford completó sus estudios en política y filosofía, al tiempo que empezaba una carrera de prolífico escritor. Colabora en forma regular con el diario The Guardian y ha publicado numerosos libros de ensayos y de ficción. Entre estos últimos alcanzó mucho éxito su saga El quinteto del islam, que comprende novelas que despiertan interés desde su mismo título. Las menciono porque son hermosas y han sido traducidas a varios idiomas, incluido el castellano. Sombras del granado se refiere a la decadencia de la civilización islámica en España y fue galardonada como la mejor novela histórica extranjera de 1994. Después siguieron El libro de Saladino, La mujer de piedra y Un sultán en Palermo. Durante algunos años se desempeñó como productor del Canal 4, en Londres, y dio vida a numerosas series. También ha escrito obras de teatro. En 2002, lanzó su ensayo Clash of Fundamentalisms, en el cual critica todas las manifestaciones extremistas e intolerantes, provengan de la religión que provengan.

Ali se considera ateo, pero conserva profundas ligaduras con el islam. Razona como un marxista duro, muy informado y muy alerta, que logra salir airoso en los debates más agudos, como nos sucedió en Monterrey, ante un público que alternaba escultóricas sorpresas con aplausos felices para ambos. Mantuvimos un pugilato intenso, que nunca se apartó de las reglas que permitían escucharse uno al otro, e incluso darnos segundos para elaborar un categórico contraataque. Tariq Ali está habituado a las controversias públicas, dados sus frecuentes viajes de conferencias por Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía.

El tema que nos convocaba era “Dos modelos socialistas latinoamericanos: chilenismo y chavismo”. El coordinador fue Enrique Krauze, director de Letras Libres e indiscutido sucesor de Octavio Paz en el universo de la cultura. Tanto Ali como yo teníamos curiosidad por conocernos en forma personal. Antes del debate nos reunimos en el hotel y luego, con Krauze, charlamos en un salón privado del Museo de Arte Contemporáneo. Nos enlazó el conocimiento de nuestros complejos mundos, ideas viejas y nuevas y, sobre todo, la preocupación por el incierto destino de América latina. También el hecho de que los tres conocíamos bien el marxismo, aunque las evidencias nos enseñaron, a Krauze y a mí, que ya era arcaico. Nos enfrentaba, sobre todo, el hecho de que para Tariq el presidente Chávez tiene cosas buenas y yo lo considero indefendible. Krauze se esmeró, antes y durante el debate, por mantener una estricta neutralidad.

No dedicaré este artículo a desmenuzar la fogosa polémica; sólo mencionaré algunos aspectos. Tarik subrayaba una y otra vez que Chávez era democrático porque convocaba a elecciones. Yo replicaba que una democracia no sólo se mide por elecciones: muchos jefes electos se dedicaron a destruir la democracia que les permitió acceder al poder; el caso más estruendoso fue el de Hitler, pero en Africa, Asia y ahora en América latina esto se repite, lo cual indica que más importantes que las elecciones son el respeto por la institucionalidad, los derechos individuales, los derechos humanos, la libertad de prensa y de expresión, la justicia independiente y la alternancia del poder. Todas las dictaduras, sean de izquierda o de derecha –insistí–, coinciden en corroer esas garantías, en especial las vinculadas con la dignidad y libertad de cada persona.

Tampoco coincidimos en la calidad de los socialismos. Para Tariq, ni Chile ni Brasil ni Uruguay ni España tienen gobiernos socialistas, porque siguen manteniendo las reglas del capitalismo. Entonces, le pregunté qué era socialismo: ¿abolir la propiedad privada?; ¿someter toda la población a la dictadura de una “vanguardia lúcida” que termina siendo una nueva clase dominante y ultraprivilegiada? El solo hecho de que nuestro debate se llamase “Chilenismo o chavismo” –agregué– ya ofrecía una elocuente diferenciación: “chilenismo” se refería a una sociedad; en cambio, “chavismo” a un mesías, como fue Mussolini, Stalin, Hitler, Mao, Castro, Pol Pot, Franco y otros personajes narcisistas y paranoicos que inundaron de sangre el siglo XX.

Respecto de las elecciones venezolanas, no fueron limpias. El fraude es más sutil y también brutal. El experto uruguayo Gustavo Adolfo Fabregat ha probado irregularidades en el referéndum (que ahora sirve al gobierno para identificar y maltratar a los ciudadanos que votaron en contra de Chávez).

Esas elecciones brindan buen material para el realismo mágico. Por ejemplo, Fabregat demostró que más de 39.000 ciudadanos tenían más de 100 años de edad, cifra equivalente a la que posee Estados Unidos con una población once veces más numerosa. Uno de estos ancianos ha cumplido 175 años ¡y aún trabaja! Además, 19.000 electores nacieron en el mismo día, el mismo año y la misma provincia de Zulia. Millares de ciudadanos registran igual dirección. Para colmo, la compañía a la que pertenecen las máquinas usadas en la elección pertenecen a la firma Smartmatic, creada en el año 2000, cuyos propietarios son Hugo Chávez y algunos de sus íntimos. Esta compañía recibió un contrato gubernamental por 100 millones de dólares, pocos meses antes del referéndum.

Tariq Ali, con su abundante cabellera gris ondulada, robusto bigote, tez oscura y voz segura, realizó admirables esfuerzos por demostrar que Chávez lucha contra la corrupción y la pobreza que dejaron los gobiernos de la fallida democracia anterior. Acepté que la democracia anterior fue horrible y perdió su oportunidad, porque no cuidó la majestad de las instituciones ni la transparencia de la gestión gubernamental. Pero ahora, el Banco Mundial identifica a Venezuela como el país más corrupto del mundo, después de Haití. Pese a mi deseo de no acorralarlo, leí un informe de las Naciones Unidas. Pertenece a la Food and Agricultural Organization. Asegura que, desde que Chávez asumió el poder, aumentó la pobreza, subió la indigencia, bajó el índice de consumo calórico, cayó la producción de alimentos y aumentó en forma significativa su urgente importación. En otras palabras, el acceso a la comida de millones de venezolanos se ha tornado mas difícil, pese al programa oficial, llamado Mercal, que provee subsidios y es una fuente de ingresos caudalosos para los intermediarios amigos de Chávez.

Y entonces –me miró fijo Ali–, ¿por qué la gente lo vota? Muy sencillo: porque la masa pobre e ignorante es manipulada mediante la demagogia, los subsidios, la envidia, las ilusiones y el rencor, que el chavismo no cesa de calentar. Las famosas “misiones”, ¿no son madrazas latinoamericanas donde se enseña el fanatismo y el odio? Cité una investigación de The New York Times –consecuente opositor de Bush–, que fue a visitarlas para describir sus aspectos positivos y terminó espantado.

Luego de evacuar las preguntas del público, Enrique Krauze cerró el debate señalando el respeto y la profundidad con el que se habían intercambiado ideas tan opuestas. Un intenso y respetuoso intercambio de ideas es lo que necesita nuestro continente.

Fuimos a cenar.

En un ámbito recoleto nos dedicamos a otros temas, porque tanto Krauze como yo teníamos curiosidad por los puntos de vista de Tariq sobre la región más conflictiva del mundo, de donde proviene y a la que sigue perteneciendo. Nos adelantó que escribe un libro sobre Paquistán. Nos aseguró que ni Musharraf ni Benazir Bhutto son musulmanes observantes, y que el futuro de ese país permanece incierto. A mi pregunta sobre el papel tan negativo que desempeñan las madrazas coránicas, respondió que se debe a la ausencia de una educación pública obligatoria y gratuita. Le dije que esa educación había realizado milagros en la Argentina, cuando se puso en marcha la organización e integración nacional. Coincidió conmigo y describió a las familias pobres musulmanas que desean educar a sus hijos, pero no tienen más alternativa que entregarlos a un mullah, que viene a recogerlos, les da de comer, les lava el cerebro y convierte en fundamentalistas ansiosos del martirio. En otras palabras –machacó– la solución está a la vista, pero no se implementa.

Reímos cuando pidió una abundante cantidad de chile, más de la que se suele ofrecer en México, porque está habituado desde niño a consumir comida muy picante. Entonces, narró una anécdota vivida con el director de orquesta Zubin Mehta, nacido en Bombay, creyente zoroástrico y cabeza frecuente de la Filarmónica de Israel. Cenaban en un restaurante que no tenía chile y Mehta extrajo de su bolsillo interior, como si fuesen cigarros, una gorda porción. Otra vez, en Londres, le llegó a Tariq un plato con esos picantes. El mozo le indicó de dónde provenían y en el ángulo opuesto vio al músico, que le hacía un saludo con la mano. Se quieren, aunque no logran coincidir sobre los derechos de Israel, porque Mehta los defiende como un león bravío y Tariq no cesa de criticar a ese país, porque boga o porque no boga.

Respecto de la cuestión de Afganistán, explicó en detalle que es un país tribal muy diverso. Según su opinión, debería llegarse a un acuerdo de jefes tribales frente a todos los países que lo rodean, para que, durante cinco años, se permita funcionar un gobierno consensuado, bajo la advertencia de que esos países intervendrían frente a las transgresiones. Dichos países son Paquistán, Irán, China, Turkmenistán, Uzbekistán y Tadjikistán. Podrían agregarse al sexteto dos vecinos importantes: la India y Rusia.

Añadió que la inmensa mayoría musulmana no acepta el fundamentalismo ni la violencia. El islam es heterogéneo, incluso, en Indonesia, hace la vista gorda frente a la homosexualidad. Le pregunté entonces por qué no había suficientes fetuas que condenasen los ataques suicidas y, de ese modo, orientasen a los fieles. Respondió que las fetuas no son obedecidas, sino por grupos minúsculos. Con Enrique Krauze intercambiamos miradas de asombro. Tariq remató: ¿acaso fue asesinado Salman Rushdie tras la fetua de Khomeini?

Al despedirnos, mientras estrechaba la mano de Tariq Ali, me miró a los ojos: “Marcos, si en varios puntos coincidimos es porque somos hijos de la Ilustración”. Contesté feliz: “Cierto, y ojalá que en nuestro próximo encuentro estemos más cerca”.
Fuente LA NACION BUENOS AIRES