LIC ADRIANA SEREBRENIK

Mario abre la puerta sigilosamente. El cuarto está en penumbras
sólo un rayo de luz se filtra iluminando a su hija amamantando .El bebé nació hace algunas horas. Mario se siente inquieto, feliz de re-encontrarse con su hija-mamá e incomodo porque no quiere que ella note su emoción. El es de la vieja generación, esa la que los hombres no muestran sus sentimientos, pero por suerte él no es un exponente de ella porque la ternura y asombro le brotan a borbotones.
Cuando muchos creemos haber agotado la gama de sentimientos posibles, de pronto irrumpen cuando suceden situaciones trascendentes como el nacimiento de un nieto.
Amor, ambivalencia, rivalidad, envidia, miedos, ternura,angustia sensaciones contradictorias se entremezclan por los seres que más amamos. Y es allí donde se juega otra vez nuestro equilibrio interior.
CRECER DUELE:
Un nieto anuncia el paso del tiempo. Y no todos tenemos la capacidad de aceptarlo. Crecer duele. Saber que ya no es posible concretar todo lo que ambicionamos, cuesta. La abuelitud es
un proceso en él nos preparamos para aceptar que los hijos finalmente son adultos. Nos necesitan pero de una manera distinta a la niñez o a la adolescencia. Y también a nosotros nos pasan cosas con ellos .A veces la jugamos de pares, otras de sabios y hasta en oportunidades nos animamos a mostrarles que precisamos ser cuidados.
Nuestros hijos con sus treinta y pico...se encuentran escalando la cumbre del éxito laboral y conyugal, nosotros sentados reflexionamos si hemos llegado hasta ahí, si valió la pena el esfuerzo, si deberíamos haber puesto aún más energía para lograrlo. Ellos están armando el rompecabezas, nosotros sabemos donde se colocan las piezas. Tenemos tanto para enseñarles, sin embargo ¿lo hacemos posible? A veces sin darnos cuenta nos paramos en un pedestal de sabiduría, y ellos se muestran hartos de escuchar como damos cátedra. Olvidamos bajarnos del carromato de la experiencia para preguntarles de qué forma podemos serles útiles. Siempre queremos darles lo que precisan sólo que a veces, equivocamos la estrategia. A pesar que peinamos canas aún tenemos cosas por aprender y es este mismo desafío que nos mantiene vivos.
VIEJOS, PERO NO ACABADOS:
Ser abuelo significa envejecer y a la vez trascender a la muerte. Un nieto proporciona la certidumbre de que la vida más allá de nosotros, continúa. Y que todo lo que hemos depositado en nuestros hijos, los valores, tradiciones y afectos continúan latiendo. Hay muchos modos de envejecer. Cada uno construye el propio dentro del medio y de los tiempos que le tocan vivir. Es cierto que los cambios son muy rápidos, los avances tecnológicos tienen ritmos vertiginosos y exponen a desajustes. Pero estos pueden superarse. Las estadísticas dicen que en países desarrollados, de todas las personas mayores de sesenta y cinco años, un noventa por ciento llega a la etapa final auto válida. Algunos vemos un poco menos, otros oímos con alguna dificultad, más de uno tiene que cuidarse con la sal, pero estamos básicamente sanos.
ENVEJECIENDO CON SABIDURIA:
Ser abuelo es aceptar que abandonamos la loca carrera por el poder y el dinero, que dejamos de disimular la edad con cirugías, implantes y siliconas. Abandonamos la actitud de disfrazarnos de lo que no somos, para des- cubrirnos con dignidad. Lo adquirido con los años es invalorable. Dar aquello que atesoramos y que no se pesa, mide, ni compra porque no hay dinero que lo pague, es lo mejor que podemos darles a nuestros hijos y nietos.
Los video juegos, la computadora, el country no pueden reemplazar la ternura de un abuelo. Y no hay un solo libro que valga lo que una charla "a fondo", con alguien que vivió mucho y bien y sabe que mejor es hacer que decir. Los mayores podemos continuar siendo útiles para la comunidad. Tal vez dependa del afecto con que se nos rodea, y de nuestra propia convicción de que no somos una molestia., sino imprescindibles como memoria de nuestra familia y de la comunidad.
VIEJOS Y QUERIDOS
Hagamos posible que nos amen. No atosiguemos a los hijos y nietos con nuestros achaques. Toleremos con dignidad los problemas auditivos, las lagunas en la memoria y los miedos a la dependencia.
Démonos el lugar que nos corresponde. Superemos el rencor, la impotencia y la marginación. Estamos vivos. Jerarquicemos nuestro lugar .No permitamos que nuestros hijos y nietos deleguen la tarea de darnos amor.
Evitemos vivir la vida de los demás. La nuestra está tan enriquecida que podemos regalar sin quedar vacíos.
Siempre es posible el re- encuentro con aquellos que más amamos. Ha llegado el tiempo de aprender a perdonar, a hacer las paces, a aceptar la verdad. No nos encerremos en una forzada soledad ni neguemos nuestra posibilidad de producir. Verdi compuso "Otelo" a los 72 años, Galileo descubrió las oscilaciones diurnas y mensuales de la luna a los 73. Goya pintó "los fusilamientos" y "la carga de los mamelucos" a los 70, Clemenceau fue convocado a los 77 años a prescindir el consejo de ministros. El pueblo judío también ha venerado a sus ancianos dándoles el honor y la responsabilidad que merecen. El Sanedrin, un tribunal Supremo con funciones ejecutivas y judiciales que existió en el siglo II a.C. es un claro ejemplo del valor que adjudica la tradición judaica a las personas mayores. El Sanedrín es un símbolo de respeto por el gobierno de la experiencia de la ancianidad sobre la impulsividad de la juventud.
No estamos acabados. No te margines. Podés demostrarles a tus hijos, nietos y a toda la sociedad que aún sos útil y necesario .Sólo depende de ti, envejecer con sabiduría.